ESTAR DE PIE ES NO CAERSE



MARCEL ODENBACH - MOVIMIENTOS QUIETOS
MUSEO DE ARTE BANCO DE LA REPÚBLICA 2015



Marcel Odenbach (Alemania, 1953) es uno de los videoartistas más reconocidos de la actualidad y es pionero de lo que se conoce como el “collage audiovisual“. Sus obras plantean distintas perspectivas alrededor de una idea común: el ser humano en la sociedad globalizada. La muestra Marcel Odenbach: movimientos quietos incluye una selección de catorce obras que, a modo retrospectiva, presentan un panorama completo de su carrera; incluye desde sus primeros videos –concebidos para monitor–, hasta sus recientes y complejas instalaciones con proyecciones simultáneas, así como algunas obras en papel.” [1]

Lo que más me fascina de ir a una exposición, es todo el transcurso del antes, el durante y el después de la misma. Como que el mismo acto de asistir a un museo, y estar en ese ahí y en ese ahora, se convierte en una obra conjunta. Y no me refiero a sólo el acto de estar físicamente, sino también mental y sobre todo inconscientemente, pues todo lo que nos afecte antes, durante o después, influye en nuestra experiencia, y en nuestro modo de ver la obra. Por ejemplo en mi caso, empezó siendo un día extremadamente frío. Un trayecto de una hora, desde la 170 hasta el centro, en Transmilenio. Obviamente entré desesperada por el bochorno, y luego de haber visto las exposiciones del primer piso, subí y me encontré con una pared inmensa y negra que me atrapó de inmediato. Puede que suene raro, pero supongo que fue porque me sentí frágil todo el día. Pequeña e indefensa.

Entré y el aire acondicionado me golpeó de inmediato, y dos proyecciones me cegaron. Historias de hombres 1, una video instalación que muestra el ritual de un hombre rasurándose la barba, mientras al otro lado, un canario inquieto está encerrado en una jaula. Para mí, esta video instalación es el abrebocas perfecto. Me fascinó como el concepto de movimiento quieto, se puede ver reflejado en algo tan simple como una rasuración facial. Cómo en algo tan estático, puede haber tanto movimiento. El rostro del hombre cubierto de crema, como los montes de nieve; los vellos, como pequeños esquimales tratando de sobrevivir; la cuchilla como la avalancha azotando lo que queda de vida.

Luego pasé a la siguiente video instalación, Dando vueltas en círculos. Mi segunda favorita, pues es en la que más movimiento hay. Una secuencia larguísima, recorriendo en círculos una escultura gigante de “piedra”, en la que se alcanzaban a percibir rostros deformados gritando, que cada vez más iban siendo barridos por la velocidad de la cámara. Era imposible quitar la mirada a pesar de sentir que los ojos se desviaban.

Lo siguiente fueron sus filmes, fragmentados en pequeñas pantallas – y digo pequeñas a comparación de las grandes muestras pasadas, proyectadas en las paredes enteras – con dos sillas y un par de audífonos colgado de las paredes. Mis favoritos fueron Como si los recuerdos me engañasen y Estar de pie es no caerse. El montaje sonoro y visual, la composición fotográfica y esos movimientos de cámara tan sutiles me hacían sentir parte de ese sueño, de esa ilusión que también va de la mano de la historia y la realidad.

Al final, mi obra favorita de todas: Los cocodrilos acechan en aguas quietas. Inquietante, absolutamente perturbador desde el momento en el que ingresas a la sala, pasando por los gritos mudos de jóvenes africanos que cada vez van siendo más fuertes, hasta la última escena, en la que una niña, al costado izquierdo, “nos acaricia” y al mismo tiempo, al otro costado, acaricia su madre. Un trabajo conmovedor que reconstruye el genocidio en Ruanda, sin necesidad de ser totalmente explicito o “amarillista.”

Una exposición extensa (en la que duré dos horas y media) pero que vale la pena vivir. Obviamente hubo obras que no fui capaz de completar, porque el ser humano no puede vivir únicamente de simbolismos y mensajes sugestivos. A veces se necesita recibir las cosas directamente y no por los laditos, pero en general fue una muestra que me atrapó por completo y que se quedó conmigo hasta cuando llegué a mi casa 2 horas después de haber estado encerrada en un bus, esperando a que la ciudad se calmara.

A pesar del estrés, esa experiencia perduró, y me hizo ver el mundo de una manera más serena. Hasta la quietud y el silencio puede llegar a sacudirnos más que lo que se considera obvio.  

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